El mundo se divide entre quienes protegen la diversidad (biológica, cultural, social y política) como un tesoro y quienes la combaten como un problema. Yo me encuentro entre los primeros. Y creo con firmeza que militar en esta trinchera es tan necesario y urgente como revolucionario y comprometido.

Hace tiempo que llamo “diversalismo” a esta ideología integradora de otros movimientos ecologistas, culturales, sociales y políticos, que defienden lo mismo por separado sin caer en la cuenta que el mal procede de la misma cepa. El modelo globalizador contemporáneo, más que universalizar lo que nos hace distintos, nos ha homogeneizado por dentro y por fuera para carnaza consumista. Justo lo que no ha conseguido a favor de los derechos humanos y la paz, o contra el hambre, la sed o las enfermedades. Los paisajes urbanos y humanos son cada vez más parecidos en cualquier parte del planeta. Idénticos escaparates en Nueva York o Bombay. Las mismas series en las televisiones de Londres o Bogotá. Parques y suburbios iguales en París y Rabat… Tendemos a una simplificación imparable como mecanismo de supervivencia en mitad de un bombardeo insufrible de datos. Por eso delegamos la memoria en los móviles y ordenadores. Lo rápido, cómodo y sencillo es incompatible con la reflexión de lo diverso. De ahí que la globalización haya democratizado el acceso a Internet (para quienes puedan pagarlo), mientras nos convierte en conocedores-masa de un elenco cada vez más reducido de opciones. Esa es la trampa. Todos y todas tenemos la posibilidad de acceder a un conocimiento infinito. Pero, a la vez, nunca como ahora el factor común de lo conocido por todos y todas ha sido tan pobre. Esta primera globalización ha provocado una homogeneización terrible en lo cultural para acentuar las diferencias sociales. Nosotros perseguimos la igualdad social desde el respeto a las diferencias.

Por esa razón, ser diversalista consiste en tomar conciencia de este mecanismo perverso de homogenización consumista, y fomentar la diversidad biológica, social, cultural y política allí donde vivas. Afortunadamente, algunos elementos clave del discurso diversalista (ecologismo o feminismo, por ejemplo) ya forman parte de nuestro acervo ideológico. Sin embargo, la aceptación colectiva de la biodiversidad como idea-fuerza se enfrenta con el desarrollismo ecocida de los países emergentes y el clientelismo tercermundista.

No se tiene la misma percepción sobre las amenazas contra la diversidad cultural y política. El interculturalismo se enfrenta con el refuerzo identitario (especialmente étnico-religioso) de los Estados-Nación a consecuencia de la crisis económica, provocando un incremento alarmante del racismo y la xenofobia. Y el bipartidismo se consolida allí donde menos se garantiza la autonomía del debate propio, donde más crece el abstencionismo, y donde más se ha delegado en la clase política la gestión de la cosa pública. Andalucía, por ejemplo. No ocurre lo mismo en Cataluña o Euskadi, donde los desajustes provocados por la diversidad se han corregido con más diversidad. No hablo de ningún agravio comparativo, sino de un paradigma a seguir.

Sé que la diversidad política es cara. Y que las cosas no valen lo que cuestan: todos los diputados valen igual pero no todos cuestan lo mismo. Por ejemplo, el andalucismo carece hoy de representación parlamentaria con más del doble de votos que formaciones territoriales y con diez veces más que parlamentarios de bajo coste. El colmo es que además debamos recoger avales para poder concurrir a unas elecciones. A mi juicio, un atentado contra la democracia perpetrado por las marcas blancas del bipartidismo, y apoyado complicemente por quienes teniendo representación no deben buscar avales (IU o UPyD). Resulta bochornoso y sangrante que UPyD (que consiguión 70 mil votos y apenas 23 concejales en Andalucía) no deba buscar estos avales provinciales porque tiene una diputada en Madrid, y el PA (un partido histórico con representación en todas las cámaras) deba hacerlo con 232.000 votos y 477 concejales.

Que sea cara la presencia de una ideología minoritaria en una asamblea política no debe hacernos caer en la trampa de renunciar al voto alternativo. La democracia es el resultado de la suma de dos vectores: el representativo (indirecto) y el ciudadano (directo). Habrá más democracia cuanto más plural sea en la representativa y cuántas más vias de participación se reconzocan a los ciudadanos en la directa. Cuando se abandonan los dos, la democracia es un vulgar escaparate. Por eso los contrapoderes también deben ocupar escaños. La abstención es contraria al diversalismo. Y es preferible que nuestra ideología sea visible a renunciar uno de los pilares de la democracia en quienes no piensan como nosotros. Las elecciones son paralmentarias, no presidenciales. No se elige al Presidente del Gobierno sino a tus representantes legítimos. Si renunciamos al pluralismo, amputamos una parte crucial de la democracia.

Ante una disyuntiva vital, a un amigo le pregunté si quería más a su madre o a su padre. Y él me contestó: a mi madre. Yo soy andalucista. Universalista en lo universal y esencialmente diversalista en lo diverso. Soy ecologista. Feminista. Radical demócrata. Y de izquierda. No milito en ninguna formación política. Pero si me obligan a elegir entre mi padre y mi madre diré, sin duda, que quiero más a mi madre, al andalucismo, porque es el elemento diversalista que más precisa de reinvidicación política. Sin que eso suponga renunciar a ninguno. Porque también quiero a mi padre.