Escribí esta columna hace dos años y no ha perdido un átomo de vigencia. Cambian los nombres, pero no la situación. Los agentes, pero no sus víctimas. Una de ellas es Andalucía. La gente debe saber que federar es a «federalizar» lo que parir a comprar un muñeco. Y mucho me temo que lo que algunas formaciones políticas venden por federalismo se reduce a una operación de maquillaje para vestir este muñeco al que llaman España. Federar es nacer. Sólo se puede federar mediante un pacto entre Estados que ya existen. De manera que si España fuese «federable» (como decía Blas Infante),  deberíamos preguntarnos primero cuáles serían los Estados preexistentes que pactarían. Cataluña, Euskadi, Galicia y Andalucía, sin duda. Todas ellas tienen un Estatuto aprobado en referéndum que se integra en el bloque constitucional. Andalucía, por cierto, la única que accedió al mismo por voluntad popular de sus ciudadanos y ciudadanas. Pero: Murcia, las dos Castillas, La Rioja… ¿Serían Estados federables? ¿Acaso España no sería un Estado más en la Federación? Y la segunda cuestión, es aceptar que algunos de estos Estados no quieran las mismas condiciones o que se queden fuera del pacto. Para dejar las cosas claras, en una hipotética federación o en una más que posible reforma constitucional «federalizante», Andalucía no puede ni debe renunciar un milímetro al rango que consiguió por sí misma en la calle y en las urnas. Por simple respeto a la voluntad democrática. Es así de sencillo y contundente.  

La trampa federal (publicado en varios diarios del Grupo Joly)

No hay bar, ni tienda, ni plaza, en la que no se hable a todas horas de la necesidad de un Estado Federal. Jóvenes y mayores lo reclaman desde Andalucía para toda España, porque aquí juega la Roja cuando necesita de la afición. El federalismo nos va a dar trabajo, dicen unos. Nos librará de los desahucios, dicen otros. Las abuelas vuelven a comprar palos de fregona y preguntan qué bandera hay que poner para pedir un Estado Federal desde Andalucía: la rojigualda, la tricolor, la verdiblanca… El tendero responde que si el Estado federal es entre iguales (como dice Rosa Díez), cooperativo (Griñán) o asimétrico (Felipe González). Y la pobre mujer se vuelve a casa con el alma y el palo desnudo, sin saber qué trapo evitará que su nieto emigre, ni qué coño es eso del federalismo.

Su vecina, una chica en paro que oposita a judicatura, intentó explicárselo en el portal. Un Estado centralista es como un hotel donde todas las habitaciones pertenecen al mismo dueño. Un Estado federal es como esos complejos vacacionales en los que te puedes hacer la comida, limpiar tu habitación e incluso decorarla a tu gusto. Y un Estado confederal es como este bloque, donde cada uno es dueño de su piso pero debe pagar una cuota por los servicios comunes que compartimos. Entonces la abuela le preguntó: ¿Y qué es España? A la chica le temblaron las piernas como si estuviera en plena oposición: «El Estado español es el misterio de la santísima trinidad, tres modelos distintos y uno solo verdadero. O no.»

Se ha concedido el Nobel de Medicina a Gurdon y Yamanaka, por sus investigaciones sobre la reprogramación nuclear, una técnica que permite transformar células adultas en células madre. Trasladado a la política, sólo mediante este rebobinado vital se podría reconstituir el Estado. Es imposible que pueda nacer una federación si sus células políticas no regresan previamente a su estado embrionario y después pactan entre sí. Si no renuncian a su soberanía, será un Estado confederal (el modelo de nuestra Constitución de Antequera y al que siempre aspiró Blas Infante en esencia). Y si la pierden, federal.

Ni PP ni PSOE van a permitir esta reprogramación. Tampoco le dejarían las nacionalidades históricas que han precipitado sus elecciones. Pero los dos deben reaccionar ante el órdago catalanista y proponer una alternativa. En verdad, las derechas centralista y catalana están jugando a ser la cara y la cruz de la misma moneda. Se retroalimentan. Todo es una farsa que terminará con un eufemismo españolizado de pacto fiscal. El problema es para el PSOE que no puede cuestionar el independentismo desde Madrid sin ser acusada de españolismo rancio. Y por la misma razón que la primera boda Real se hizo en Sevilla, prostituirán Andalucía. Los socialistas y sus cortesanos saben que no pueden degradar el rango de las históricas. Y los andaluces de conciencia no pueden permitir que seamos sus ratas de laboratorio. Somos el único pueblo del Estado que alcanzó ese rango inderogable por sí mismo, en referéndum. Cuando la abuela sabía que bandera poner y por qué la ponía.