FERMÍN es vaquero. Sus manos hablan por él: curtidas y encalladas, con los padrastros ennegrecidos de tierra y el barro metido en las uñas. Pertenece a esa raza antigua de campesinos que tienen la piel cobriza y no aceptan el dinero inmerecido: Soy un trabajador, no un limosnero. Se considera honrado y le indigna todo aquello que considera una injusticia. Por eso agradeció al primer alcalde de la democracia que comprase las tierras colindantes a la vaqueriza y permitiera edificar en ellas a quien de verdad lo necesitara. Todo el mundo tiene derecho a una vivienda. Y mucho más en aquella Andalucía, donde las casas se ponían en pie de noche en un fin de semana y se habitaban inmediatamente para evitar su demolición antes de que el techo se les cayera encima.

No pasaron muchos años cuando esas familias decidieron construir sus porches y piscinas, excediendo de lo permitido en las ordenanzas. Ya no bastaba el derecho a una vivienda: tenía que ser digna. Y comenzaron a exigir del Ayuntamiento que prestase los servicios e infraestructuras a quienes construyeron ilegalmente alrededor de la vaqueriza. Los huertos se vieron asfixiados por el tráfico, las servidumbres y el contagio de los pozos ciegos a los acuíferos. La actividad urbana arruinó los valores del suelo rústico propiciando su delimitación como urbano por el planeamiento. Para compensar las mejoras que los parcelistas debían asumir como gastos, se les permitió segregar por debajo de la superficie prevista. Y muchos edificaron viviendas para sus hijos porque les dijeron que podían inscribirlas a los cuatro años. Fue por aquel entonces que Fermín escuchó a la radio que «los pobres también tienen derecho a disfrutar de un chalet». Como si él, que no se creía pobre, pudiera permitirse uno.

Actualmente, la vaqueriza de Fermín no guarda las distancias con el nuevo «núcleo urbano», que sigue sin ser legal pero que ya está «reglado». Ahora el ilegal es Fermín. Pero hace tan sólo una semana, tras varios años de batallas en tribunales, tras diversas inspecciones de medio ambiente, con sus respectivas sanciones y amenazas de desahucio, y haciendo frente a un juicio civil por molestar a los vecinos con los malos olores, el nuevo alcalde le ha garantizado que «lo suyo tiene solución»: «Ya no eres ilegal, Fermín. Ahora pasas a estar «fuera de ordenación». Todo gracias al nuevo decreto de la Junta». Y Fermín, que ya tiene los huevos curtidos a fuerza de palos y más entendederas que muchos universitarios, asiente con sorna y contesta: «Pues a mi me gustaría estar dentro de la ordenación. Porque yo siempre he sido un hombre de orden».

Y en esas seguimos: en el caos. Resolviendo los problemas con leyes, y cuando no se puede, parcheando con reglamentos los problemas que las mismas leyes y reglamentos crearon. No existen crímenes a medias. Ni medios asesinos. Pero las construcciones ilegales ahora serán «legales». Y lo que en origen fue legal y sobrevino ilegal por culpa de estos decretos, seguirá siendo no se sabe qué, ni inscribible en ningún sitio. Como las vacas de Fermín: fuera de ordenación.