A comienzos del siglo XX, la Iglesia Católica organizó un concilio para advertir a la Humanidad de los peligros éticos del cinematógrafo. Primero, demonizó el invento como hace con el condón. Más tarde, decidió prevenir a sus feligreses de aquellas películas contrarias al sexto mandamiento. Y a tal fin ingenió una marca blanca para las permitidas y otra verde para las prohibidas. De ahí proviene la conexión simbólica del verde con el sexo. El verde también es el color del Islam. Y el término acuñado por los políticos para designar el color de los brotes esperanzadores que afloran entre la crisis económica. Sin embargo, mucho me temo que las tres cuestiones van íntimamente unidas. Y en el peor de los sentidos.Estoy convencido del colapso civilizatorio de la primera globalización. Se han sobrepasado con creces los límites internos y externos del sistema capitalista. No hay recursos materiales ni financieros para expandir este altísimo nivel de vida a más consumidores. Los Estados del BRIC elevan sus índices de crecimiento como la espuma. La espada de Damocles pende sobre Europa: no puede competir con ellos pero tampoco resignarse a la baja. De manera que no queda otra solución que establecer unos criterios para discriminar dentro del Estado del Bienestar a los privilegiados de los excluidos. El primero será el vínculo político con el Estado-Nación. El peso del prejuicio caerá como una losa megalítica sobre los migrantes no “nacionales”. Ya hace tiempo que se endurecieron las leyes de extranjería en los Estados de la UE. Y aún así, las cuentas no salen.