derecho a decidir

 

Artículo publicado en El Día de Córdoba, 23/12/12

La misma noche que CiU y ERC acordaban el denominado Pacte per la llibertat, andaluces y catalanes la ejercitábamos hablando de nuestros paralelismos en la tertulia del Lluisos de Gràcia de Barcelona. Esos que desconocemos y prejuiciamos recíprocamente. Ambas memorias colectivas son humanistas, universalistas y están hechas de resistencia popular: la andaluza, al exterminio de la interculturalidad religiosa que no fuera católica; la catalana, al exterminio de la diversidad territorial que no fuera castellana. Sólo que las víctimas del primero no ven el segundo, y a la inversa. Por ejemplo, La Sagrada Familia es un templo tan católico como catalanista. En Andalucía, por el contrario, la salida de los pasos de Semana Santa se acompaña con el Himno de España. Los catalanes defienden orgullosos su lengua como no subordinada a ninguna otra, mientras los andaluces la simulan acomplejados incluso en sus propios medios de comunicación. Los catalanes nos ven como el paradigma del españolismo. Y los andaluces los despreciamos porque no quieren ser españoles. Nada de eso es exactamente así. Pero la necedad se alimenta de la ceguera y la sordera voluntarias.

A la mañana siguiente, leí en un diario catalán que se había suspendido un congreso en Alemania sobre cómo aprender a escuchar, debido a que los ponentes no atendían las peticiones del público. Una de las epidemias modernas derivadas de la inflación comunicativa es que la gente se limita a escuchar lo que quiere oír. En otras palabras, rechaza todo aquello sobre lo que a priori pueda no estar de acuerdo. En Cataluña han decidido escuchar y quieren ser escuchados. Sin embargo, en el resto del Estado no se escucha a nadie, empezando por ellos. Que Aznar compare la situación política catalana con el 11M es una sandez y una maldad para focalizar la problemática del Estado en la tensión territorial y no en los dramas sociales. A todos los efectos, la oposición a Rajoy no la ejerce Rubalcaba sino Artur Mas. Esa es la dialéctica mediática a la que se ha subido estratégicamente la ultraderecha de Rosa Díez. Los enemigos de España ya no son los encapuchados vascos sino los catalanes con barretina.

La sociedad catalana, envidiablemente vertebrada y comprometida, apoya por mayoría el derecho a decidir. Ellos supieron escucharme incluso cuando les dije que comparten uno de sus fundamentos con el nacionalismo español. Empecemos desde Andalucía a escucharles con idéntico respeto.