No pertenezco a la generación que conquistó la libertad, sino a la que dilapidó la libertad conquistada. Quizá por eso vestíamos de luto instintivo por la modernidad que acabábamos de enterrar. Cada uno pertenecía a una tribu estética para evidenciar que éramos tan libres como manipulables. Siniestros, punkies, technos, rockabillys, heavys… Todos tan moral y políticamente vacíos como las canciones que bailábamos en la conquista de la noche. Nuestra única conquista.
![]() |
Lole y Manuel | Nuevo día, 1980 |
Mi generación despreciaba cualquier obra creativa con más de seis meses de antigüedad. Por eso ni siquiera me digné a escuchar lo que cantaron durante los sublimes 70 aquellos artífices de la libertad que yo estaba gastando. Y mucho menos si no lo hacían en inglés. Y mucho menos si eran andaluces. Hace un mes cayó en mis manos un disco con una Lole hermosamente gitana mirando al suelo en la portada, y un afeitado Manuel que no me quita la vista de encima en la contra. El corte 6 se llama “Todo es de color” y dice así: De lo que pasa en el mundo por Dios que no entiendo ná, el cardo siempre gritando y la flor siempre callá. Que grite la flor y que se calle el cardo: y tó aquel que sea mi enemigo que sea mi hermano. Sigamos por esta senda a ver que luz encontramos, esa luz que está en la tierra y que nosotros apagamos.
Me tiembla la sangre cada vez que la escucho.
Siento que vivimos en una sociedad enferma de parálisis emocional. No soy un misántropo. Tampoco un pesimista. Sólo alguien que se sabe nadie y que ha comprobado como hemos pasado de malvivir a malgastar, de la economía de la subsistencia a la de la especulación, del hambre al empacho, del sudor en el surco al sudor del gimnasio, de la lucha por la esperanza a esperar que otros luchen por nosotros. Yo desdeñé conocer los detalles de aquella época en que callaron los cardos y hablaron las flores. La primavera de las utopías. El mayo francés. Praga. Andalucía. Y contribuí con mi soberbia ignorante a que callaran las flores y volvieran a gritar los cardos.