yayoflautasDedico este artículo a la memoria de Eduardo Galeano y al colectivo de Yayoflautas, especialmente de Córdoba, que interpretan el silencio de la flauta de Alfanhuí como melodía revolucionaria entre tanto ruido cómplice.

Sólo los tontos creen que el silencio es un vacío. No está vacío nunca. 

Y a veces la mejor manera de comunicarse es callando.

Eduardo Galeano.

Tuve un maestro que nos preguntó en un examen de lengua a qué suena la lluvia. A todos mis compañeros se les quedó nublada la cara y el cerebro. No salían de su asombro. Yo no. Apenas había estudiado la tarde anterior en un reto estúpido con mi compañero de pupitre. Sonreí aliviado y él se dio cuenta. Añadió un par de preguntas sobre análisis sintácticos, lexemas y cosas así para disfrazar la prueba de ortodoxia académica. O para delatarme. Qué más da. El caso es que aprobé por los pelos gracias a la media aritmética entre mi imaginación y mi ignorancia. Como premio, además del raquítico suficiente, aquel profesor enjuto, barbudo y despeinado, me regaló una novela de su bolsillo: Alfanhuí. Y luego otra. Y otra… Hasta condenarme a no olvidarlo nunca.

Alfanhuí es una bellísima narración juvenil de Rafael Sánchez Ferlosio, autor de la conocida novela El Jarama, e hijo del falangista Rafael Sánchez Mazas, también escritor, político y superviviente del fusilamiento que sostiene la trama de Soldados de Salamina, la no menos conocida novela de Javier Cercas. En uno de sus pasajes, Alfanhuí encuentra a un mendigo con una flauta colgada al hombro. El mendigo le explica que funciona al revés de las demás y que había que tocarla en medio de un gran estruendo, porque en lugar de ser, como en las otras, el silencio fondo y el sonido tonada, en ésta el ruido hacía de fondo y el silencio daba la melodía. La tocaba en medio de las grandes tormentas, entre truenos y aguaceros, y salían de ella notas de silencio, finas y ligeras, como hilos de niebla. Y nunca tenía miedo de nada. Eso le dijo el mendigo. Una música parecida a la de esa flauta debió interpretar Sánchez Mazas para escapar vivo del ruido de las balas. La diferencia está en que él calló por miedo. Y otros callan para que otros lo venzan.

Admiro a la gente que calla cuando sobran sus palabras. No a quien lo hace por instinto de supervivencia. Y mucho menos al que viste de neutralidad intelectual su silencio cómplice y cobarde. Al primero lo respeto. Al segundo, lo desprecio casi tanto como al que no sabe lo que dice. La censura moderna no consiste en apartar opiniones del mercado, sino en saturarlo de opiniones superficiales hasta la náusea. Generar tal ruido de fondo que nadie reconozca la melodía. Peor que la inflación de las hortalizas es la inflación de las opiniones estériles, porque la primera quita el hambre y la segunda la inteligencia. No es que el ciudadano no quiera conocer para luego opinar razonada y libremente, es que apenas si conoce lo que otros quieren que conozca hasta el punto de delegar su criterio en la franquicia política de turno. Yo lo llamo “vectorismo”. Los individuos acatan los “vectores” de opinión que emiten los partidos o determinados medios de comunicación sin saber exactamente por qué, de la misma manera que pulsando el botón rojo encienden el televisor pero desconocen el trasfondo científico del proceso. Renuncian a su soberanía intelectual por simple comodidad. Pobre de aquel que se aparte del vector oficial dictado por el partido o por el contertulio de turno, porque degradará su condición pública de ciudadano al de mala bestia, antisistema, terrorista. Pero lo cierto es que quien la suscribe a ciegas, está degradando su condición privada de ciudadano al de animal de compañía.

Cuántas veces hubiera deseado aprender a callar y no ser un instrumento más en esta orquesta sinfónica de opiniones desafinadas. Me hubiera encantado tener la flauta de Alfanhuí. Pero no sé decirte nada con silencios. Por eso admiro a Eduardo Galeano. Porque lo leí adulto como un vademécum para curarme de los excesos de ruido inútil. Y más de una vez sus palabras me resultaron bálsamos revolucionarios de cordura y sentido común. Hasta hacerme comprender que el silencio es un arma de construcción masiva. Incluso en el día de su despedida. Galeano nos enseñó que la utopía es una víspera eterna y necesaria. Y nos deja en la víspera de la segunda república. Eterna y necesaria. En silencio. Para que no callemos nunca.

Artículo publicado en La Marea