Artículo publicado en Cordópolis

fubolin inventos contra la pobreza

Madrid, 1937. Los niños desafían a los aviones nazis jugando al fútbol en las plazas. Son Junkers 52. La gente los llama “las tres viudas” porque componen un triángulo en el cielo mientras arrojan sus bombas asesinas. Aún así, los niños temen mucho más a sus madres cuando interrumpen el partido para llevárselos al refugio. Aquella mañana, un niño consiguió desabrocharse del brazo de su madre para recuperar su pelota de harapos en mitad de la calle. La metralla le arrancó las piernas. Y a su madre, la vida. Al niño huérfano se lo llevaron a un edificio en ruinas que hacía la veces de hospital-residencia junto a otros tullidos de guerra. Allí coincidió con Alexandre Campos Ramírez, un joven miliciano, poeta e inventor, que presumía de burlar la muerte por haber nacido en el final de la tierra. Para aliviar el dolor de los mutilados y distraerlos de la catástrofe, ingenió un juego de mesa con dos agujeros como porterías, varias bolas y unos muñecos de madera atravesados por una barra de hierro. Al niño le salvó la vida aquel futbolín y un barco inglés que lo llevó a California. Estudió ingeniería en la Universidad de Santa Bárbara donde se jubiló como catedrático. En su despacho tenía un futbolín y una bandera republicana. A su hijo le puso Finisterre en homenaje a quien inventó el trasto que colocó junto a su cuna.

Juntos jugaron al futbolín mientras el hijo tuvo conciencia de su niñez y el padre de no haberla olvidado. Hasta que llegó el segundo invisible que a unos convierte en ancianos resignados que se compadecen de lo que fueron, y a otros en adolescentes engreídos porque desconocen lo que serán. “No quiero jugar más a esta cosa antigua“. Eso le dijo. “¿Para qué seguir golpeando una pelota de piedra si ya existen videojuegos que imitan a la perfección los movimientos de los mejores jugadores del planeta? Aquel inventor fracasó porque no tuvo en cuenta que los tiempos cambian. Yo no cometeré ese error infantil. Los inventos rentables tienen que ser eternos“. Y con esta sentencia estúpida nubló para siempre la mirada de su padre.

Finisterre también estudió ingeniería. Pero no quería ser funcionario. Su única obsesión consistía en demostrar a su padre y a sí mismo que aquel hijo de emigrante era americano y que podía idear lo que fuera con tal de hacerse millonario en el menor tiempo posible. Diseñó un vehículo para transitar por vertederos con un dispositivo capaz de distinguir la basura de los seres humanos antes de triturarlos. Lo patentó  y pronto comenzó a generar beneficios en Estados Unidos y países europeos. Creó una empresa para fabricar sus propios modelos. A finales de los 80, vendió la mayoría de sus acciones a unos testaferros que cambiaron millones de dólares por libras esterlinas. Pasados unos meses, aprovechando una depreciación de la moneda inglesa, volvió a convertirlos en dólares y a revenderlos en libras obteniendo 4.000 mil millones de dólares. En el último cumpleaños de su padre, Finisterre brindó porque siempre hubiera pobres que busquen en la basura y gobiernos que quieran evitar hacer papel reciclado con restos humanos. Fue la única vez que le pegó. Y murió arrepentido por ello.

Hace tres años quebró la empresa. Finisterre ya estaba divorciado y sus hijos no querían saber nada de quien se había negado a jugar con ellos durante su infancia. Viajó a Madrid para conocer la ciudad donde su padre perdió las piernas. Su última moneda la gastó en un partida de futbolín, marcándose goles en propia puerta como metáfora de lo que había sido su vida. La ignorancia parasita de la desdicha y quizá por esa razón nunca supo que dormía en la misma acera donde murió su abuela. Terminó comiendo de la basura. Un indigente le enseñó a rebuscar cartones y chatarra en los vertederos. De madrugada, un camión con las luces fundidas lo hizo pedazos. Todos los medios de comunicación hablaron del suceso. Se convocó una rueda de prensa y un político cualquiera avanzó que la administración compraría un lote de vehículos especializados con un dispositivo que distingue los deshechos de las almas: “No podemos permitir más muertes así“, argumentó. Un niño cualquiera que lo estaba mirando por la tele en horario infantil, vestido con la camiseta de CR7, mientras se dejaba la mitad del plato de macarrones, le dijo a su padre: ¿Y por qué no inventan algo contra la pobreza?