Coloca cualquiera de tus manos a un metro de distancia. Acércatela poco a poco a cualquiera de tus ojos. Cuando más cerca está, menos se ve. Hasta que pegada a los párpados, deja de existir. A la verdad le ocurre lo mismo. Por eso es imprescindible la distancia para ver lo que la verdad esconde. Y la inteligencia.

La denominada transición democrática prediseñó un Estado con dos Españas: la compuesta por unas comunidades privilegiadas y el resto. Las primeras serían plurales y el resto bipartidistas. La clave consistía en que el reparto de poder político se correspondiera con la distribución territorial del poder económico. Imprevisiblemente, Andalucía dinamitó ese modelo. Abortó la Constitución derogando el Título VIII antes de entrar en vigor. Desde entonces, todos los esfuerzos políticos y económicos han tendido a corregir esta disfunción. No se nos perdona. Y de ahí que los ataques a España desde la burguesía catalana y vasca se dirijan contra Andalucía. Siempre es así. Porque para ellos, España es Andalucía. Pero Andalucía, no es España.

Ahora se está volviendo a rediseñar el Estado. No es época de transición sino de transacción. Cataluña y Euskadi se están blindando ante lo que pueda ocurrir y ya han tomado posiciones. Su miedo: la mayoría absoluta. El mismo miedo que tiene la oposición de turno. Los tres saben que sólo un argumento y un territorio podrían evitarla. El argumento es el final del terrorismo. El territorio, Andalucía. Por eso no es casual que sea la burguesía vasca quien avente la paz. Y tampoco es casual que la derecha catalana arremeta contra Andalucía. La coartada es perversa. Detrás de los insultos al pueblo andaluz se esconde una maniobra política previamente pactada: la restauración de la transición democrática. Que todo vuelva a ser como debió ser. Y que los andaluces, los culpables de que aquello no ocurriera, volvamos a ser lo que fuimos: parados, emigrantes, pobres, sumisos. De ahí que sea tan urgente y necesario separar la mano para desentrañar la verdad. Para verla desnuda. Cuando Mas y Durán nos critican, en realidad están encubriendo la gestión bochornosa de sus recursos y buscando la peor excusa a los recortes sociales. El argumento es tan mezquino como falso: En Cataluña no podemos pagar a nuestros médicos y maestros porque nuestro dinero sirve para financiar a los andaluces que se lo gastan en las tabernas. Y algunos catalanes se lo creen. Y los andaluces entramos al trapo.

Tras treinta años de autogobierno, Andalucía carece de peso económico y político en el Estado. Su poder financiero tiene sede en Madrid (cuando no en Euskadi). Apenas dos empresas andaluzas cotizan en bolsa. Y su poder político se divide en 38 diputados del PSOE y 23 del PP. Todos levantan la mano cuando se lo ordenan sus jefes de fila. Más de veinte años de solapamiento electoral han enterrado definitivamente el peligro. Andalucía no podrá volver a reventar esta segunda transición. Sin embargo, han vuelto a cometer un error infantil. Han olvidado que siempre habrá quien puede ver la mano en el ojo ajeno. Y andaluces que lo denuncien.