LAS cosas están hechas para ser usadas y los seres humanos para ser amados. Sin embargo, las personas aman infinitamente más a las cosas que a sus seres queridos. Hemos cosificado a las personas y las tenemos en consideración o no en función de sus valores de uso y de cambio. En verdad, pecados capitales encubiertos. Cuando las personas no sirven o no valen, las arrojamos de nuestra memoria como trapos viejos. Las borramos del móvil pero no del corazón porque nunca estuvieron en él. Existen quienes aceptan estas reglas del juego hasta somatizarlas. Son las cosas humanas. Personas que han decidido ser utilizadas por otras personas o estructuras y aceptan el yugo de su domesticación como bueyes que hablan. Son muchos los pensadores que han escrito sobre estas servidumbres humanas. Desde Séneca, que decía que no hay esclavitud más vergonzosa que la voluntaria. A Étienne de la Boétie, autor del Discurso de la servidumbre voluntaria, que eleva el autismo social como la clave del éxito de las tiranías.

Desde el respeto al margen de libertad que cada uno crea utilizar, reconozcamos que la contemporaneidad se rige en gran medida por la tiranía de la cosificación humana. Y un ejemplo evidente fueron las pasadas elecciones generales. La influencia de los medios-masa es crucial en la determinación del conocimiento y del voto. De ahí el bombardeo permanente de dos opciones encarnadas en dos rostros como si ellas monopolizaran el objeto del debate. Sin embargo, no eran elecciones presidenciales sino parlamentarias. No eran ejecutivas, sino legislativas. No votábamos al presidente del Gobierno sino a nuestros representantes por circunscripción. En nuestros buzones recibimos unas cartas de Rajoy y Rubalcaba (pagadas con dinero público), pero en las papeletas aparecían los nombres del alcalde de Montilla y de una ex alcaldesa de IU que decía ir como independiente (aunque la papeleta no decía nada). El sistema nos trata como a simples consumidores. Unos pican. Otros no. Muchos votan en conciencia a esos partidos. Y otros lo hacen por rechazo o miedo al otro. Algunos no votan. Y otros tantos se inclinan por opciones diferentes. En cualquier caso, todos los votos valen cualitativamente igual. Sin embargo, no todos cuestan lo mismo.

La democracia está hecha de cosas y personas. Tiene que ser usada y amada por partes iguales. Y mientras eso no ocurra, no existirá una verdadera democracia. A la participativa le faltan cauces para actuar y canales para ser escuchada. Y a la representativa le pesa el bloqueo de los medios públicos y la desproporción de recursos entre los partidos-empresa y el resto. Empecemos por «descosificar» a los seres humanos. A enseñarles que están eligiendo. En otros territorios del Estado, con la misma ley d’Hont, fragmentan su elección y consiguen romper el monopolio del bipartidismo imperfecto. Andalucía, por muchas razones propias y ajenas, ha decido anexionarse ideológicamente a Castilla y dar la razón en pleno siglo XXI a quienes hablaban de reconquista. Lo dice quien ha perdido. Y lo acepta. Pero no lo acata. Seguiré luchando.