Paco Casero también se abotona la camisa hasta el cuello. Un gesto humilde de esa dignidad enraizada en lo más hondo de la memoria andaluza. Como la huelga de hambre. Él me dedicó su foto cuando guardó su primera huelga de hambre hace más de treinta años en Villamartín. En blanco y negro. Los pómulos le sobresalían un palmo de la cara. Y su rostro parecía un reflejo del crucifijo que cubría su espalda. En aquel tiempo el hambre de otro era la tuya. Porque compartíamos la dignidad del que sueña. Hoy parece que viviéramos con los ojos cerrados.

paco casero

MI abuela guardó luto por el fusilamiento de su hermano desde la adolescencia hasta el día de su muerte. Mi abuelo se abotonó la camisa hasta el cuello toda la vida, incluso amortajado. A los dos le arrebataron los sueños después de la guerra. La casa. El pan. Abjuraron de sus utopías para mantenerse juntos y vivos. Cambiaron el nombre de sus primogénitos. Se casaron a punta de pistola. Compartieron soledades mientras duró la cárcel. Ella criando a sus hijos con la cara agangrenada y el estómago del revés. Vendiendo a la madrugada jabón y pan de estraperlo. Muerta de hambre. Y aún así, no dejó de vestir luto en memoria de su hermano. Ni él de abotonarse hasta el cuello para servir al señorito. Porque lo último que pierde quien ya no tiene nada que perder es su dignidad. Un jirón de tela negra y el último botón de la camisa. Esa era su dignidad. Y ellos no la perdieron nunca.
Paco Casero también se abotona la camisa hasta el cuello. Un gesto humilde de esa dignidad enraizada en lo más hondo de la memoria andaluza. Como la huelga de hambre. Él me dedicó su foto cuando guardó su primera huelga de hambre hace más de treinta años en Villamartín. En blanco y negro. Los pómulos le sobresalían un palmo de la cara. Y su rostro parecía un reflejo del crucifijo que cubría su espalda. En aquel tiempo el hambre de otro era la tuya. Porque compartíamos la dignidad del que sueña. Hoy parece que viviéramos con los ojos cerrados. Que no quisiéramos ver lo que nos daña la conciencia. Quien la tenga, por supuesto. Hemos confinado lejos de nuestros ojos a las putas, pobres, ancianos y locos. Tampoco aparecen en los medios de comunicación los suicidios de quienes deciden perder la vida antes que perder su vivienda. Ni la desesperación de quienes están al borde de perder la esperanza. Pero no nos creía capaces de enterrar en el silencio de la indolencia a quien se atreve a no comer por ti. Y lo hemos hecho. Enterrando de paso nuestra dignidad.

Tu hambre es mía. Tu hambre de otra Andalucía. De la misma que has soñado siempre. De la misma por la que te has despertado a diario antes que el sol. No hay un palmo de tierra andaluza que no hayas pisado para reivindicar la dignidad del pueblo que ha perdido el hambre de sueños. Sin perder la sonrisa. Ni la esperanza. Pero esta huelga de hambre que has iniciado ahora es distinta. No huele a alcanfor. Ni a miseria. Ni a protagonismo. Ni a mártir. Huele a dignidad. A la misma dignidad de mi abuela vestida de negro y de mi abuelo abotonado hasta el cuello. A la misma dignidad de la ocupación en Rey Heredia en Córdoba o la Corrala Utopía en Sevilla. A la misma dignidad de los hombres y mujeres que han dedicado toda su vida a trabajar decentemente para que a sus hijos no les falte de nada. Cuidando todos los detalles en los que nadie se fijaba. Sin esperar reconocimiento. Y que ahora ven como emigran al lugar de donde ellos volvieron. Tu hambre nuestra es un grito pacífico y rebelde que truena desde lo más ancestral y telúrico del alma andaluza.

Como desearía hundir mis puños en la tierra y registrarla oficialmente en las oficinas que la desprecian. Andalucía es sol, tierra y aire. Somos la primera potencia mundial en agricultura ecológica y la última en darnos cuenta. No necesitaríamos parasitar más energía que la de nuestros brazos y corazones. A qué esperamos. Por qué ya no nos duelen en el alma las cosas de Andalucía. Por qué ya no nos duele tu hambre. Me temo que nos han lobotomizado la memoria de la sangre. Esa que nos hacía sentir lo que nos ha dolido siempre. Compasión por nuestros parados, nuestro campo yermo, nuestra industria desmantelada, nuestros barcos amarrados, nuestros nuevos emigrantes… Lo nuestro. Eso es lo que nos han robado. Sentir lo nuestro. La memoria. Y nuestra dignidad como pueblo.

Una vez mi madre me rogó, con lágrimas en los ojos y el instinto de protección en los labios, que abandonara mis luchas ciudadanas. Yo le respondí que no podía hacerlo, que seguiría aunque sólo fuera por la memoria del abuelo. Entonces ella me preguntó: ¿para qué le sirvió tanta lucha al abuelo? Y le contesté: para tener un nieto como yo. Creo en la memoria de la sangre. Esa que todavía bulle en tu alma cuando quieres ayudar ante una causa justa. La misma que ha vuelto a empujar a Paco Casero a tomar la decisión de ponerse en huelga de hambre. Él dice sentir que su sueño se ha frustrado. Te equivocas, Paco. Es verdad que nos deprime la sensación de indolencia en Andalucía. Pero mientras existas tú y tantos hombres y tantas mujeres como tú, me niego a caer en la desesperanza. Lo último que perderé cuando ya no tenga nada que perder. Vestido de luto como mi abuela. Y con el último botón de la camisa abrochado como mi abuelo. Y como tú. Gracias Paco por devolvernos la dignidad como personas y como pueblo que nos han intentado enterrar sin conseguirlo.

Tribuna publicada en El Día de Córdoba